Squid Game (El juego de calamar), acaba de marcar un hito cultural en los Emmy Awards 2022 alzándose con seis premios de las catorce categorías donde fue nominado. Encabezan esta hazaña el premio al mejor director de una serie dramática para Hwang Dong-hyuk, ganado por primera vez por un título de habla no-inglesa en las 74 ediciones del famoso premio norteamericano de televisión; y el de Lee Jung-jae como Mejor actor principal en serie dramática, por primera vez en manos de un actor de Asia. Lo consiguió también Lee You-Mi, como mejor actriz invitada a una serie dramática (Outstanding Guest Actress), junto a otros tres premios de Artes Creativas (Creative Arts Emmy Awards) en las categorías Outstanding Special Visual Effects in a Single Episode (Episode 6 VIPS), Outstanding Stunt Performance (Episode 4 Stick to the Team) y Outstanding Production Design for a Narrative Contemporary Program -One Hour or More- (Episode 6 Gganbu).
Este artículo, que había escrito hace varios meses y que por razones de tiempo para corregirlo y graficarlo no había publicado, sirva hoy para celebrar su merecido éxito, mientras exploramos un poco, desde la psicología y la dramaturgia, el fenómeno internacional que ha sido la primera serie de TV del guionista y director de cine Hwang Dong-hyuk.
SG ha puesto al drama televisivo coreano, como antes su música pop y su cine lo hicieron, en el centro de la atención de los espectadores del mundo entero. Los que han visto Squid Game, sin haber visto anteriormente un solo k-drama ni un k-movie , ya se la pensarán dos veces antes de pasar el selector a otra serie cuando una recomendación de serie asiática, y en particular coreana, aparezca en la pantalla de su televisor (probablemente marca Samsung).
En este post analizamos brevemente lo que me parecen sus cuatro puntos más fuertes para obtener una recepción global sin precedente. Espero que ayude un poco a comprender también las cualidades que cualquier obra dramatúrgica debe tener, y el por qué es tan difícil conseguir un éxito de esta magnitud.
A partir de aquí Spoilers por doquier.
Simplicidad/ Simplicity
Empecemos con el logotipo del juego usando las figuras geométricas que todo niño en el planeta, mínimamente escolarizado, aprende a la más temprana edad: triángulo, círculo y cuadrado. Sigamos con la selección de los juegos tradicionales como pruebas de supervivencia. Los juegos tradicionales coreanos como el ddakji (el juego usado de reclutamiento), el de dalgona, (caramelo de azúcar/panal de abejas), y el juego de calamar (Ojing-eo), no por ser autóctonos dejan de tener reglas claras y fáciles de asimilar, y probablemente cuentan con homólogos en otras partes del mundo.
Así, a través de un lenguaje visual tremendamente intuitivo que yace en los recodos más reforzados de nuestro inconsciente, la serie crea un discurso que sobrepasa edad, idioma y diferencias culturales.
Los personajes también tienen un único móvil, y una única causa para estar allí. Cualquier ser humano puede entender sus motivos, aunque no los abrace. Son arquetípicos, que no estereotipados, si consideramos el género de la serie. Porque no lo olvidemos, es “solo” un thriller de supervivencia. Pero ¿qué es más importante para el ser humano que ese instinto básico que lo mantiene anclado a este mundo?
La música empleada tiene acordes repetitivos, sin ser monótonos. Alude a clásicos conocidos, a canciones tradicionales, a música de circo, a parque de diversiones. Por el contraste o por el énfasis, la música es precisa y simple. Sabiamente, el director Hwang evadió un banda sonora con la típica gravedad del suspenso y se concentró en subrayar por oposición, lo que sin duda aumenta el contraste entre Figura (Historia) y Fondo (Ambiente).
Mucho crédito hay que dar al Conductismo en la construcción de esta historia, pero no podemos dejar fuera a los que aporta los preceptos de la psicología de la Gestalt.
Del conductismo, que escenifica en la SQ la idea de amaestrar al ser humano a base de palo y zanahoria, también bebe la forma en que se cuenta el argumento, jugando hábilmente con condicionar a los personajes y a nuestro cerebro espectador mediante sus principios más básicos.
Como cuando nos ponen un juego donde hace falta el trabajo de grupo, y en el siguiente los personajes forman pareja; entonces, tanto los personajes como los espectadores, condicionados por el anterior precepto, asumimos que el siguiente juego será de equipo. El episodio 6 (Gganbu) colocado antes del episodio 4 (Stick to the Team), no habría conseguido el mismo impacto. En otro ejemplo, cuando disparan mortalmente a dos personajes principales, vemos morir a uno y el cuerpo muerto del otro asumiremos que, al escuchar un disparo, un tercero también ha muerto. (aunque no lo veamos morir, ni veamos su cuerpo).
A lo largo del drama, un uso experto del condicionamiento y principio de cierre, han sido los grandes aliados psicológicos de Hwang Dong-hyun para cautivar la audiencia y también para crear sus impecables puntos de giros.
Simbolismo/Symbolism
La psicología social ha dejado controversiales procedimientos, pero reveladores resultados a lo largo de su historia cuando se ha arriesgado a experimentar, y no solo a teorizar desde la política. El experimento de Milgram y el de la cárcel de Stanford, son ejemplos de ello.
“El juego del calamar” es ese tipo de thriller de supervivencia que viene a reforzar estos estremecedores hallazgos, más aún cuando vemos a tantas personas resonar con su historia. La verosimilitud del desplazamiento del sentido de agencia (de responsabilidad sobre tus acciones) y la obediencia al líder, así como el instinto gregario/miedo a la exclusión, están latentes en cada personaje.
Echemos una ojeada al simbolismo social de los juegos.
Juego 1: Red Light/ Green Light. La masa informe, despersonalizada tratando de llegar a la meta, no tenemos rostros aún, solo números. Socialmente somos una masa en carrera contra el tiempo y el juicio de otros para cruzar la línea donde creemos está en éxito, pero allí solo espera una pared y más pruebas.
Juego 2: Dalgona de azúcar. El test intelectual, el examen universitario, la prueba de ingreso, el acto de evaluación de la habilidades intelectuales para triunfar. Aparentemente todos tienen un panal y una aguja, pero las figuras…las figuras no son las mismas porque las oportunidades nunca son realmente iguales. Es por eso por lo que para Sang Woo la prueba parece un triángulo, mientras para Gi-hu es un paragua lleno de ángulos y bordes.
Intermezzo: Y entonces, entre el juego 2 y el 3 hay una batalla campal en la noche, donde se eliminan de manera brutal entre los jugadores. Poca comida crea instintos asesinos. Los más débiles deben salir del campo, no hay comida para todos. O sea, no hay empleo, puestos en la sociedad para ellos. Como en las entrevistas laborales, los casting y las promociones.
Juego 3: La soga. Llega la hora de la creación de grupos sociales, dentro de las compañías, las escuelas, las instituciones. Aliarse a los más fuertes o los más capaces por simple conveniencia. El instinto gregario se impone como manera de supervivencia, pero esos grupos casi nunca lo son en su esencia. Los líderes, al frente, supuestamente son los más feroces o los más entusiastas, mientras los trabajadores duros quedan al final, sosteniendo con su esfuerzo la pirámide.
Juego 4: El juego de canicas/bolas. Es la metáfora de la traición. Ya no son los ajenos que corren de manera indiferenciada por un campo hacia una meta. Los conocemos a todos. Aquí el acto de supervivencia lleva al despojo de cualquier apego moral. Para subir al puesto de la compañía, al primer lugar en el escalafón escolar, al puesto en el equipo deportivo, en el grupo musical, no importa a quien pisar, incluso, si es al mejor amigo de la infancia.
Juego 5: Puente de vidrio. ¿Conoces el dicho: El que tienen tejado de cristales finos, no le puede lanzar piedras al vecino? Nadie es inocente en este punto del juego. Todos han sido cómplices de un acto de asesinato, más o menos directo. Sin embargo, han desplazado, como mencionaba Milgram, su sentido de agencia a los organizadores del juego, a la autoridad: “los organizadores los mataron, no nosotros.” Pero, esa conciencia está llena de puntos frágiles que de algún modo te golpearán en la noche. Creo que esta es una de las metáforas posibles del juego del puente de vidrio. Y a este punto, empujar para no darse golpe, ya es un hábito.
Juego 6: El juego del calamar. A inicio del filme nos explican el juego de calamar. Esa escena sintetiza, de manera brillante, la serie toda. Nos habla de la batallita del barrio que termina enfrentado a los amigos; nos habla del “inspector secreto”, que no sabían los chicos por qué lo decían cuando jugaban en la infancia, pero ya veremos en la serie que hace un inspector oculto dentro del juego. Y, en el momento final, llegar a la cabeza del calamar, liderar a todos, mirar a la sociedad desde la soledad del éxito: de la base a la cima atravesando el cuerpo de un organismo, un ser vivo, la sociedad en sí misma.
Los juegos son pues, un itinerario de la vida moderna. Pero no para ahí.
Están las literas como andamiaje social, el patio de juego, el laberíntico pasaje entre el dormitorio evocando los trabajos de Esche, que no son solo estética sino cuestionamiento ético, ante la sensación de no saber si estamos ascendiendo o bajando, si subimos socialmente o descendemos moralmente. La cinematografía de Hwang Dong Hyuk y el trabajo de dirección de arte de Chae Kyoung-sun no dejan nada al azar, más aún con una banda sonora diseñada y creada por Jung Jae-il.
Que queden 3 personajes al final creando el clásico triángulo del kdrama con una lectura completamente diferente tampoco es casual. Es también la figura más estable, y las relaciones más estrechas entre sus lados. Cuando un lado desaparece, la conexión entre los otros dos lados muestra dos líneas convergentes, que más allá de ese punto de encuentro que formó antes un vértice, solo queda alejarse cada vez más entre sí.
El que detrás de todo este juego macabro se encuentre un aparentemente inocente anciano podría estar hablando de una saturación social debido una gerontocracia, sostenida sobre arcaicos convencionalismos, cómplice de este andamiaje autofágico. Divorciada de los necesarios valores de respeto a la experiencia y la edad, solo queda la tiranía de los años: porque más sabe el Diablo por viejo… Y sin embargo, aun manejando los hilos del poder absoluto, morir en una soledad alienante, peor que la del mendigo callejero, nos reafirma la frágilidad de la existencia humana y lo fútil de su apego a lo socialmente validado: riqueza, status, seniority.
El simbolismo de SQ es abrumador, y probablemente a veces inconsciente por parte de los creadores. No hay que tener todo calculado, porque es justamente de la siguiente cualidad de la serie, de donde salen los grandes códigos universales.
Sinceridad/Sincerity
Un escritor que escribe desde su experiencia, con sinceridad, tiene un gran camino andado para conseguir la empatía hacia su historia. Y digo desde su experiencia, y no sobre su experiencia, porque lo que hace un escritor promedio de uno verdaderamente trascendente es la capacidad de captar lo esencial y desechar lo circunstancial de lo vivido.
El director y escritor de SQ se inspiró en el dolor de endeudarse y ver peligrar la estabilidad de su familia durante la crisis económica que toco fondo en el 2008-2009, pero, más que esa inspiración en “hechos reales”, es su mirada honesta y descarnada a su realidad y a sí mismo lo que valoriza su propuesta.
Aunque la premisa de la serie sea moralizadora, lo que salva a Gi-hu como rol, en el juicio kármico del personaje (del que hablaremos más adelante) es el conservar a toda prueba su sinceridad. A pesar de ser un clásico Síndrome de Peter Pan, un hombre negado a crecer; un ludópata, vamos… su niño interior resiliente le permite reconocer lo que siente y actuar acorde a ello, aunque no mida las consecuencias a largo plazo. Si un personaje puede citarse como ejemplo de héroe postmoderno o antiheroe, ese es Seong Gi-hu.
Contar desde lo nacional, arraigado a los juegos autóctonos, a sus tradiciones, es también un acto de sinceridad. Y es que no hay nada más universal que lo auténticamente local.
Al director de Silenced (2011), basado en la novela The Crucible de Gong Ji-young, una de las películas más emocionalmente difíciles de ver con las que me he topado en mi vida, no le tiembla ni la pluma ni el lente para contar lo que la gente se niega a mirar. Los que carecen de la sinceridad suficiente para mirar sus propias sombras puede que les resulte difícil manejarse con la disonancia que crea la sinceridad de esta historia.
Es una sinceridad chocante, abrumadora…pero, sin perder un ápice de la cuarta cualidad.
Sensibilidad/Sensibility.
Es un drama coreano. Punto. No puedes esperar que los personajes sean de cartón, incluso en un thriller de supervivencia. Se van construyendo lentamente, porque si en algo saben trabajar los realizadores de esta península es el desarrollo del arco dramático, mostrando ante todo, y hablando lo imprescindible. Con una delicadeza propia de un drama romántico cada personaje cuenta lo necesario en cada momento, cuando es dramáticamente más provechoso para impactar en la emocionalidad de espectador.
En estas sinfonía de emociones, los coreanos tocan las cuerdas con la maestría de muy pocos. Nueve episodios son suficientes para conseguir empatía, apego y complicidad. El protagonista, claro está, será quien lleve esta cualidad a su máxima expresión. Y aunque sea el último con el que probablemente empaticemos, con toda intención, será el que más se nos parece.
Bonus: …y la virtud kármica del personaje es inexorable.
Lo que entiendo como “virtud Kármica del personaje” (ver más aquí) en el drama asiático se cumple inexorablemente en Squid Game. En cada personaje, pero en particular en el protagonista. Es ésta una cualidad que le da, a un nivel de subtexto, una consistencia rotunda que convierte a sus personajes en metáforas definitivas.
No se trata del karma como esa cuestión moral, de bien y mal bajo juicios contemporáneos. Se puede resumir como: solo obtienes lo que alimentas; donde no siembras, no cosechas. Tus acciones tienen consecuencias…y a eso lo llamas destino. En término dramatúrgico podríamos decir que es «la recompensa que merece el héroe o la heroina».
Conocemos en el primer episodio que diez años atrás en la historia, Seong Gi-hu estaba en una huelga laboral donde mataron a un gran amigo frente a él ( hecho que parece inspirado en la huelga llevada a cabo por los trabajadores de SsangYong Motor en 2009). Ese mismo día nació su hija Ga Yong. Porque Gi-hu, entre ir a recibir a su hija o quedarse junto al amigo fallecido, escogió esto último ya vemos que su hija desde el inicio de la historia está fuera de su camino… y así será hasta el final. No abordará el avión hacia EUA, no solo por crear un final abierto –es un thriller de superviviencia, ¿en serio esperaban un final feliz?–, sino porque más allá del género, Gi-hun hizo su decisión (y más de una vez en la serie) y su karma (=acción) hace que esa recompensa parental (vivir junto a su hija) no esté disponible para él.
En cuanto a su madre, Gi-hu ha sido un hijo indolente y desconsiderado, así que no importa cuánto dinero reúna para ayudarla a operarse cuando gana conciencia de ello. Su madre tampoco es su «recompensa» para él, no la «merece» porque no ha “cultivado” su «virtud filial». Al final del camino, el disfrute del amor maternal no está disponible.
Por último, donde vemos esta virtud concretarse es en el valor que, desde los primeros minutos de la serie, Gi-hu le concede a la amistad. Es dónde único «da de sí» sin esperar «tener primero». Y este es el único terreno donde puede ser recompensado dramatúrgicamente. Al final Gi-hu renuncia al dinero por su amigo Sang-woo (Park Hae Soo)…y sabemos que renunciar al dinero es una vez más renunciar a su hija y a su madre (o sea, lo hace varias veces en la serie, ¿por qué tendría que recibir esta recompensa?). Al hacerlo, el personaje reafirma su karma y obtiene la recompensa en el terreno donde sí ha sembrado: la amistad. Su amigo Sang Woo entrega su vida por él, para que Gi-hu consiga la recompensa final, que no es el dinero en sí mismo, sino el sacrificio de un amigo. El karma sembrado, cosecha.
Y cuando dejamos que el karma dramático haga lo suyo, sin presionar con moralinas o convenciones trilladas, la redondez que se obtiene en una historia no tiene precio. Es el caso de esta primera temporada de SQ.
Concluyendo.
Es cierto, no son estas las únicas razones (ni tienes que estar de acuerdo con ellas) para explicar el masivo éxito internacional de esta serie surcoreana producida por Netflix, y que se desarrolló, por suerte, mucho más apegada a las convenciones de la narrativa nacional que a las de la plataforma homogenizadora. Ojalá que Netflix, en primer lugar, entienda cuáles son los verdaderos motivos de éxito para que, en lugar de clones de calamares, sigamos teniendo series originales y universales, como Squid Game.
No queda más que esperar por la segunda temporada, cruzar los dedos y pedir al universo que mantenga la obra lejos del efecto Matrix-Sequels. 😉